Rocío González Tapia, Sociedad Chilena de Salud Planetaria y asesora del Programa «Gea: Salud Planetaria» del Centro de Comunicación de las Ciencias.

La dieta que elegimos no solo afecta nuestra salud personal, sino que también está intrínsecamente vinculada con la salud del planeta a través de los sistemas alimentarios. Así lo explicó la Comisión EAT-Lancet (2019) -que reunió a 37 científicos líderes de 16 países en diversas disciplinas- destacando que “los alimentos son la palanca más potente para optimizar la salud humana y la sostenibilidad medioambiental en la Tierra”. Pero, ¿cómo se explica esto?

Los sistemas alimentarios, que abarcan desde la producción hasta el desperdicio de alimentos, generan impactos ambientales en cada etapa, incluyendo emisiones de gases de efecto invernadero, consumo de agua, contaminación por el uso de fertilizantes y cambio de uso de suelo. El investigador de la Universidad de Oxford, Joseph Poore (2018), estimó que los sistemas alimentarios son responsables de aproximadamente el 26% de las emisiones globales de CO2.

La crisis climática, a su vez, afecta a estos sistemas alimentarios. Los niveles crecientes de CO2 atmosféricos reducen el contenido nutricional de los cultivos y los eventos climáticos extremos, como las lluvias e inundaciones que vivimos en nuestro país el pasado agosto (2023), pueden causar la pérdida de cultivos y tierras cultivables. Esto tiene consecuencias directas en la Seguridad Alimentaria, que se define como “el acceso físico y económico a alimentos suficientes, seguros y nutritivos para satisfacer las necesidades alimenticias y llevar una vida saludable” (FAO, 2006).

Aunque las políticas públicas son fundamentales para promover sistemas alimentarios saludables y sostenibles, que aseguren la alimentación para todos, nuestras elecciones individuales también desempeñan un papel crucial en la mitigación de la crisis climática. La huella ambiental de los alimentos varía, y las frutas y verduras, en general, tienen un impacto ambiental significativamente menor que los productos de origen animal como carnes y lácteos. Adoptar una dieta que reduzca el consumo de productos de origen animal y aumente el de productos vegetales no solo disminuye el impacto ambiental, sino que también beneficia la salud. La Comisión EAT-Lancet (2019) sugiere que duplicar el consumo de frutas, verduras, legumbres, nueces y semillas, y reducir a la mitad el consumo de azúcares añadidos y carnes rojas podría prevenir 11 millones de muertes anuales por enfermedades.

Entonces, ¿cómo podemos llevar a cabo una dieta verde para un planeta azul? Es decir, ¿que sea saludable y sostenible?. José Luis Moya, nutricionista, académico y miembro de la Sociedad Chilena de Salud Planetaria, nos ofrece algunas recomendaciones prácticas:

Preferir frutas y verduras de temporada: Proporcionan nutrientes específicos según las necesidades climáticas, son locales, y requieren menos almacenamiento y refrigeración. Además, el valor nutricional es mayor justo después de su cosecha y disminuye con el tiempo (MacDiarmid, 2014).

Planificar las compras para evitar pérdidas por maduración: La descomposición de alimentos genera metano y otros gases de efecto invernadero. De hecho, se estima que en América Latina el desperdicio de comida es responsable del 10% de la emisiones de gases de efecto invernadero y que se botan 127 MM de toneladas de comida al año (MMA, 2023).

Aprovechar todas las partes comestibles puede reducir las pérdidas (MINSAL, 2023), beneficiando tanto al medio ambiente como al bolsillo.

Compostar los restos de alimentos no utilizados: Los residuos orgánicos, a través del compostaje, se convierten en sustrato y abono para la tierra, reduciendo la cantidad de materia orgánica en rellenos sanitarios, emitiendo menos gases de efecto invernadero y disminuyendo la necesidad de fertilizantes artificiales (Regenera Orgánico, s.f.).

Optar por abastecerse en ferias libres o directamente de productores locales: Esto reduce la huella ambiental asociada al transporte, garantiza un mayor valor nutricional y apoya el desarrollo local (MINSAL, 2022).

Cada elección de compra se convierte en una acción a favor o en contra de la mitigación del cambio climático. A pesar de que la crisis climática sea un desafío global, cada individuo puede contribuir a su mitigación a través de decisiones cotidianas, especialmente en lo que respecta a la alimentación. En última instancia, somos lo que comemos y adoptar hábitos alimenticios saludables y sostenibles es un paso hacia la construcción de una sociedad en la misma línea.

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